3 de octubre de 2014

La estación


La estación

     Acabo de bajar del tren. La misma estación, el mismo reloj, casi la misma hora de otro año. Estoy aquí sentado en el viejo banco de mármol al lado de la columna, envuelto en mi gabardina beige, con el mentón apoyado en el mango del paraguas cerrado que tengo entre las rodillas, observando el paso ajetreado de la multitud que cruza los andenes. Miro a mi alrededor y reconozco cada rincón de este lugar, que guarda, intactas, imágenes de otros tiempos. Mis pensamientos viajan al compás de los vagones que entran y salen, pitando, uno tras otro.

     Cómo llovía, aquella tarde. ¿Te acuerdas? El cielo cubierto, el viento en la cara, la humedad en los huesos. Luego, mi nariz pegada a la ventanilla, tus brazos agitándose hasta desaparecer dentro del túnel.

     Desde entonces he recorrido quilómetros y quilómetros de carreteras, puentes y mares. He visitado lugares recónditos, conocido a gente extraordinaria viviendo en pueblos abandonados a sí mismos, oído el eco de los truenos en la floresta tropical, percebido el sonido del deshielo de los glaciares. Meses de un calor asfixiante alternado a otros de intenso frío, allá en el otro hemisferio, donde, por fin, pude contemplar esa bóveda celeste que explorábamos juntos, tú y yo, entre las páginas de aquel libro azul que tanto nos fascinaba. Sabes, es tan diferente y al mismo tiempo tan parecida a la de aquí. Y debajo de ese cielo radiante, volvía a las noches de nuestros veranos, cuando construíamos cabañas de ramas entre los matorrales, y  allí escondidos inventábamos el mundo. Soñábamos con rozar los rayos del arco iris, pescar estrellas marinas en las profundidades del océano y nadar con los delfines en su superficie. Sí, ahí, al otro lado del planeta, yo volvía a las cocinas mágicas de aquellas brujas buenas que nos invitaban a merendar, a pesar de las travesuras que organizábamos. Y percebía de nuevo el perfume a especias y harina, huevos y canela, café y anís. Y saboreaba leche, cacao, caramelo y merengue. ¡Qué sensaciones más vivas, aquellas!¡Cómo me llevaban a casa!

    ¿Será que envejecer es eso, es cuándo se hace más real lo que está dentro de nosotros de lo que está fuera?

     Cumplí algunos de mis sueños, de nuestros sueños, sí. Y ahora estoy aquí, he vuelto para contarte. Pero tú, tú no estás, no has venido a buscarme. ¿No era lo que habíamos acordado? Tal vez fui demasiado lejos. Quizá deberíamos habernos encontrado en algún lugar, alguna vez, aunque fuera a mitad camino. Pero el tiempo nos sorprendió. ¿Por qué llegamos tarde cuando llegamos tarde?
 
     Acaba de pasar el último convoy. Se apagan las luces y mi mirada en ellas.
     Es una noche sin luna, pero ahora está despejado. Hace más fresco, espero estés bien abrigado. Buenas noches, amigo mío. Mañana iré a verte.